BÁRTOLO DE SASSOFERRATO

BÁRTOLO DE SASSOFERRATO
(1313-1357) 
La pequeña aventura histórica y jurídica que se trata de ofrecer trimestralmente camina en esta ocasión hacia laBaja Edad Media. Si esta sección galopa por definición entre gigantes, estas líneas se dedican a un primus inter pares. Bártolo de Sassoferrato fue considerado el jurista más grande de todos los tiempos, al menos de la Europa medieval. Tal reconocimiento alcanzaron sus métodos y enseñanzas que tras su muerte se divulgó la máxima de que: “nemo bonus iurista nisi bartolista”.
Jurista precoz. Bártolo nació en la pequeña vecindad de Ventura, próxima a Sassoferrato, en la región central de Italia, a mitad de camino entre Roma y Florencia, en dirección a la costa adriática. Se discute si su nacimiento tuvo lugar en 1.313 ó 1.314. Sus biógrafos polemizan también sobre su verdadero linaje; algún autor sostiene incluso que se trató de un hijo ilegítimo. En cualquier caso, esa circunstancia  -común a otros genios, como Leonardo da Vinci- no habría tenido influencia en la adopción de su lugar de origen reemplazando a sus apellidos, muy habitual en la época.
La formación de Bártolo fue deudora de los dos maestros que guiaron sus primeros estudios. Su aprendizaje más elemental lo cursó con el Padre Pedro de Asís, del que el propio Bártolo destacaría la simetría entre su bondad y su vasta cultura. Con tan sólo catorce años, el muchacho de Sassoferrato se trasladó a Perugia para comenzar sus estudios de Derecho. Fue entonces cuando coincidió con la otra gran figura que marcaría su incursión en el mundo jurídico, Cino de Pistoya, capaz tanto de dominar ampliamente las doctrinas de las grandes escuelas jurídicas posteriores a la glosa acursiana como de dar rienda suelta a su rica fantasía poética y ser expresamente admirado por Dante y Petrarca.
Con apenas veinte años, tras retirarse de la enseñanza su maestro, Bártolo se desplaza a Bolonia para preparar su doctorado. En un año, de la mano de Jacobo Butrigario y Rainiero de Forli, concluye sus estudios y es proclamado doctor, con la tradicional imposición de la toga y el anillo, el 10 de noviembre de 1.334.
La Escuela de los Comentaristas. Tras concluir su formación académica, Bártolo inició un período de transición que acabaría desembocando en la práctica docente, donde la Historia le tenía reservado un hueco irremplazable. Entre 1.334 y 1.339 ejerció como asesor en Todi y Cagli. Con veintiséis años, el jurista joven pero ya veterano se asentó en Pisa y, desde ese momento, se centró por completo en su actividad académica. Sin embargo, tampoco en la Toscana italiana encontró Bártolo su asentamiento definitivo y, aunque se inició en sus aulas como profesor universitario, no tardó en volver a Perugia (1.343), desde donde desarrolló su extraordinaria producción jurídica.
La inmortalidad jurídica de Bártolo se encierra principalmente en sus innovaciones metodológicas en el comentario del Corpus Iuris Civilis y en sus no menos brillantes contribuciones al Derecho público y privado. Hasta que surgió la personalidad bartoliana, la Escuela de los Glosadores imponía sus criterios en el acercamiento al Derecho. La gran aportación de Bártolo consistió precisamente en superar el método de la glosa, excesivamente fiel a la letra de la ley, y divulgar un sistema metodológico de examen crítico de los textos legislativos de tal modo que como punto de destino se determinase la ratio legis. La búsqueda de soluciones jurídicas a problemas concretos y el establecimiento de pautas de interpretación y doctrinas jurídicas útiles resultaban sin duda más fecundos partiendo del espíritu del legislador y de la razón última de las normas. Este estudio teórico-práctico de las fuentes, conocido como elmos Italicus durante siglos, se personificó en la figura de Bártolo y, con posterioridad, en sus más sobresalientes discípulos, entre los que destacó Baldo de los Ubaldos.
Su dedicación a la vertiente práctica del Derecho se plasmó también en una numerosa serie de quaestiones y en una prolífica colección de commentaria del Corpus Iuris, en los que se conciliaba la interpretación de los textos clásicos con su aplicación a los casos que se planteaban en cada momento.
La celebridad bartoliana se extendió rápidamente más allá de las fronteras italianas. Estudiantes de diferentes puntos de Europa se daban cita en Perugia para asistir a las hasta entonces insólitas resoluciones que planteaba Bártolo a las más complejas cuestiones jurídicas; cientos de jóvenes se congregaban para hacer suyos los criterios de interpretación del Corpus Iuris que ofrecía Bártolo. Tal fue el entusiasmo con el que esos jóvenes juristas asistían a las clases de Bártolo que en nuestra lengua se mantiene viva una expresión deudora de los estudiantes que en aquella época se pertrechaban con los bártulos (bártolos, esto es, los textos escritos por Bártolo) para seguir sus explicaciones.
La muerte sorprendió a Bártolo el 13 de julio de 1.357 en pleno apogeo de su actividad intelectual cuando contaba poco más de cuarenta años. Los lujosos monumentos funerarios que se levantaron en su honor apenas pudieron aliviar el infortunio que supuso privar al mundo del Derecho del genio creador que, como nadie hasta entonces, había conseguido convertir el Corpus Iuris justinianeo en una fuente de saber práctico.
El bartolismo, fuente del Derecho. Si la inmensa personalidad de Bártolo se truncó en su pleno apogeo vital, su fama no corrió la misma suerte. El prestigio y la autoridad de sus enseñanzas dieron vida a un movimiento que encumbró a Bártolo hasta prácticamente la categoría de mito. En las Universidades de Bolonia, Nápoles, Turín, Módena, Macerata y Padua se crearon cátedras dedicadas en exclusiva a estudiar y comentar la obra de Bártolo, llegando a comparársele con figuras de la talla de Homero y Virgilio. Su obra se convirtió en un instrumento tan respetado en universidades y tribunales que incluso se le acabaron atribuyendo a él opiniones ajenas con la pretensión de dotarlas de su incontestable aceptación.
Tal fue la auctoritas que alcanzaron los razonamientos de Bártolo que numerosos Reinos los revistieron incluso de potestas elevándolos a la categoría de fuente del Derecho. Desde que los emperadores Teodosio II y Valentiniano III promulgaran la Ley de Citas (año 426) considerando como vinculantes las opiniones de Gayo, Paulo, Ulpiano, Modestino y el dirimente Papiniano, no se recordaba ningún reconocimiento similar hacia la obra de ningún jurista. Juan II (1.427) y los Reyes Católicos (1.499) en Castilla, y Alfonso V en Portugal (Ordenaçoes alfonsinas, 1.446) promulgaron pragmáticas en las que se establecía que debía prevalecer la opinión de Bártolo en caso de discrepancias entre la doctrina. Más elocuente si cabe fue el caso de la transposición de estas disposiciones a Brasil dos siglos y medio después de la muerte de Bártolo (Ordenaçoes filipinas, 1.603).
Llegada la Modernidad y, con ella, los aires del humanismo y la vuelta a lo clásico, la confrontación de los nuevos métodos de estudio del Corpus Iuris (mos Gallicus) con elbartolismo resultó inevitable. Sin embargo, esas nuevas corrientes no consiguieron eclipsar el gran salto que sólo un talento natural como Bártolo de Sassoferrato pudo dar entre la erudición que recogió de Justiniano y el saber práctico que de forma admirable supo extraer del espíritu de los textos.


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